El oficio más antiguo del mundo

¿Qué habría pasado si todo hubiera sido distinto?
A veces repaso y pregunto qué pasos son los que nos han llevado a cada uno hasta el final de alguna de las etapas más importantes de nuestra  vida, la contestación parece obvia: todos, uno tras otro, nos han traído hasta donde hemos llegado, pero yo me refiero a las decisiones, a aquellas que para bien o para mal, tomadas en mejores o peores momentos, de forma más o menos pensada, han hecho de nuestra vida y de nosotros lo que somos, y aquí entran hasta la decisiones que decidimos no tomar.
Indudablemente dependemos de nuestras decisiones… 
Pero...¿De verdad somos nosotros los que decidimos, o son las circunstancias las que nos llevan de la mano por caminos que creemos escoger…? 
No, no voy a adentrarme en cuestiones tan elevadas como el libre albedrío, ni a cuestionar la habilidad de cada quien para tomar sus propias decisiones. Sólo trato de ser un poco más consciente de las cosas que me suceden y porqué me suceden, y aunque sería mejor evitar odiosas comparaciones, no puedo pasar por alto la impresión que siempre he tenido de que hay quienes la vida favorece más, digamos que siempre me ha parecido que la vida-como una mala madre-, tiene hijos predilectos  a los que consiente y facilita las cosas.

Yo no lo fui...o no lo soy, pues sigo en la gran familia de los vivos y aunque tal vez deba felicitarme por el logro de la supervivencia no soy de las que se conforman con el solo hecho de estar viva, siempre aspiré y sigo aspirando a sentirme viva, pero todo me cuesta muchísimo esfuerzo. 
Tengo una frase que en ocasiones como esta me gusta sacar a pasear, aunque hasta hoy no me ha llevado a ninguno de los paraísos a los que me propuse llegar, a veces me digo: “esfuérzate al máximo y cuando lo hayas conseguido di en voz alta ¡lo sabía!...”
Bien, pues he conseguido cumplir la primera parte, la de esforzarme, pero aún me queda por experimentar de manera concluyente, el triunfalismo de la segunda, aunque a veces he acabado diciendo “lo sabia…” pero con los hombros y la comisura de los labios caídos. 
A falta de ese favoritismo vital, intento esforzarme en todas las facetas de mi vida.
Tantos años detrás de un mostrador han hecho de mi una parte de lo que soy y no me refiero profesionalmente, comprar-vender, son actividades muy difundidas aunque no siempre en ese orden y de forma correlativa, porque todos somos vendedores, nuestros propios vendedores y, depende de lo bien que ejerzamos en las distintas facetas de la vida ese oficio (que sí, que es el más viejo del mundo) así nos va.
Para vender hay que venderse, para que alguien te compre alguna cosa -por nimia que sea-, tiene primero que “comprarte” a ti y en eso se nos gasta la vida.
Luego esos gestos, esos pasos, esas pequeñas o grandes decisiones, van conformando una biografía, tal vez compartida por cualquiera aunque su oficio no sea el de vender o eso crea.

De libros, tallas de sostenes y zapatos.


Hay un anuncio en la televisión que dice más o menos textualmente: “desde hace más de 50 años el sujetador no ha cambiado en casi nada”… 
Y usan semejante argumento (y parecen convencer) para vender un top o camiseta corta como la panacea a todos los males de quien no ha conseguido dar con el sujetador que realmente necesita, desde la abuela pasando por la madre madura, hasta la  hija adolescente, dando igual la talla, el contorno o el volumen, sólo con decir a la teleoperadora la talla de una camiseta normal M-L-XL lo tienen todo solucionado. ¿Para qué molestarse en averiguar la talla, la copa o tener en cuenta la morfología propia cuando con irse a la etiqueta de cualquier camiseta playera podemos averiguarlo?

El sujetador es bien cierto que en los últimos 50 años no ha sufrido ningún cambio, muy al contrario ha gozado con innumerables mejoras que han hecho de esta prenda -tan necesaria- algo estético y funcional. No importa ni la talla, ni la morfología, para cada mujer hay seguro un modelo, una talla y un tejido pero según Francesc Puertas, aún en pleno siglo XXI un 90 % de mujeres desconocen su talla, Por lo que un alto porcentaje no usan el sujetador adecuado, con los problemas que pueden derivar de ello y no solamente estéticos.  
“El sostén, mitos y leyendas del sujetador y manual de uso” de Francesc Puertas, es una lectura recomendada y recomendable no solo a mis colegas  corseteros, -que debieran estudiárselo o al menos tenerlo como libro de consulta-, sino para cualquiera que le guste el tema de la moda o tenga que ver  con el textil, ya que abarca no sólo tallas y copas, también la morfología femenina,  materiales empleados en  la fabricación, de los textiles, fibras,   el proceso de fabricación, sus cualidades, etc.
Yo me decidí por  este ramo del comercio precisamente por la lectura  de otro libro sobre ropa interior femenina, el de la escritora Lola Gavarrón , y su deliciosa “Piel de Angel, historia de la ropa interior femenina”(1982), libro que  me adentró en este apasionante mundo “interior” en el que llevo desarrollando mi profesión desde hace tanto tiempo. 
Pere Prat González en su libro "la Boutique de la lencería" en 1998 ya denunciaba la necesidad de una especialización en las tiendas de corsetería y Francesc Puertas lo corrobora y eleva a categoría de "presciptora experta en corsetería" a quienes al frente de tiendas especializadas, tenemos la obligación de asesorar a nuestras clientes para que encuentren el sujetador que necesitan en todos los sentidos, desmarcándonos  de las cadenas que ni asesoran ni aconsejan tan solo exponen un producto que la clienta coge de un perchero y paga sin que casi se produzca un cruce de palabras entre vendedora y compradora, pero tiendas que, sin embargo están acaparando el mercado a la vez que deshumanizandolo.

Tal y como afirma Francesc Puertas en su libro, es cierto que muchas, muchísimas mujeres desconocen su talla, con la ampliación de la oferta y la generalización de las copas  aún se sienten más perdidas. 
Hay que dar por supuesto que muchas mujeres se dejan aconsejar y agradecen los esfuerzos que hacemos por ofrecerle y ayudarle a encontrar la talla y el modelo con el que vaya más cómoda, más a gusto y más acorde con su modo de vida, hasta casi el punto de poder olvidarse de que lleva ropa interior por lo cómoda que le resulte e invisible si es lo que busca la cliente, o si lo que busca es sentirse seductora, el sujetador debe de ser como unos buenos zapatos de tacón que te hacen sentir más femenina y más segura  de ti misma sin renunciar a ir cómoda.

También hay muchas mujeres que cuando llegan a conocer su talla se aferran a ella cómo a un clavo ardiendo y da igual si engordan o adelgazan, ellas siguen empeñadas en no cambiar de talla, es como si admitir que si pasan a tener una talla más equivaliera a admitir que han dejado de ser las mismas o algo así. No lo sé.




No son pocas las que prefieren llevarse un sujetador de ”su talla de siempre” aunque les apriete y les resulte incómodo al principio... pero "es que luego se dan de sí...”, y da igual que les trates de convencer de que no es que “den de si” sino que al llevarse uno de talla inferior, los estiran o los revientan. Siguiendo con la analogía del calzado, es como comprarse un zapato un numero menos para que cuando ya esté totalmente cedido o deformado entonces creemos que está “a su ser”.
Anteriormente lo escribí en otro post: muchas mujeres que vienen a comprar un sujetador, al preguntarles por su talla suelen decirte que usan la 90,  ya tengan una 95 o una 100 europea, pero es la que más "les suena". 

Cuando vienen así hay muchas clientas que se dejan aconsejar e informar, pero siempre las que “hacen más ruido” son aquellas que tras probarse veinticinco sujetadores –y no exagero nada- de la talla 95b, 95c, ninguno le queda como el estirajado que traen puesto y que les resulta comodísimo aunque admiten “que no les sujeta nada” y cuando le propones que se prueben una talla más o cuando al probarse uno que si que le sienta bien, (porque le has pasado al probador el que estas segura de que le va bien) "descubre" que se está probando una talla 100b y sale espantada del probador porque “esa no puede ser su talla”, "ella nunca ha usado una talla 100” “¡Qué horror! ¡quita..quita! ¡esa es la talla que usa mi madre!” e ideas por el estilo que son un verdadero corsé mental que impiden que esa mujer pueda llevar la talla y modelo que haría que su pecho y su figura lucieran mejor.
Tampoco es raro que cuando una cliente pasa por un momento de su vida en que su morfología o su peso ha cambiado, (tratamientos con cortisona, la menopausia etc) si vuelven a su ser, vengan a quejarse del sujetador que le vendiste "de una talla diferente a la que ella tiene" y que  enseguida se les quedó grande, pero no piensan lo mismo ni van a quejarse de unos vaqueros o una camisa que tuvieron que comprarse dos tallas mayor de la de siempre porque nada de su armario les valía. Parece que la talla del sujetador  es como la del pie: una vez dejas de crecer no cambia…


Marilyn Monroe dijo: 


"Dale a una chica los zapatos adecuados y podrá conquistar el mundo".


Yo creo que con el sujetador pasa algo parecido... pero bueno... si al final me acaba devorando la franquicia feroz que se me ha instalado a pocos metros, siempre puedo poner una zapatería. ;-)

Un sostén insostenible para un vestido increíble.

Hay ocasiones en que una cliente viene y te suelta a bocajarro,  alto y claro:

-“Quiero un sujetador  sin tirantes, para un vestido que me he comprado sin tirantes y con la espalda descubierta...”

Hace años que casi todo está inventado, pero el problema sigue siendo el sentido común. Los sujetadores para escotes imposibles están más indicados para tallas pequeñas... aunque  los vestidos con escotes imposbles  parecen ser los preferidos de mujeres con tallas grandes.
¿Cómo tendría que ser un sujetador ( no cascos que se pegan) sin tirantes, con mucho escote y sin espaldilla?
Victoria Secret lo inventó, no sé cómo resultará de cómodo pero inventado está, se "sujeta" por los costadillos con dos tiras cortas de Silicona trasparente que van pegadas a la piel.

Muchas tiendas de ropa, -sobre todo las de ropa para celebraciones- venden vestidos espectaculares con escotes de vértigo por delante y por detrás a chicas llenitas….de lorzas, con pechos grandes y descolgados y -ya con la venta hecha- nos las envían para que les solucionemos problemas irresolubles.



En esta ocasión la clienta (que debía medir metro ochenta y pesar 100 kilos) traía un vestido impracticable, la tela imitación a seda, con mucha caída.
 Por delante la tela en el escote caía como una cascada en uve muy suelto para permitir lucir la canalilla, casi hasta el ombligo.
Por detrás el escote era limpio dejando absolutamente toda la espalda al aire  (apenas unos tirantitos que eran una cadena dorada con un lazo entre sus eslabones y para más INRI la tela de falda empezaba también como con caída a la cadera casi casi hasta la rabadilla. Un vestido que para un maniquí estático debía de resultar perfecto. 
Por delante la falda era cruzada con un ligero drapeado que al andar dejaba al descubierto buena parte del muslo.
Nuestra cliente es una mujer jaquetona, de carnes generosas, alta, toda ella muy grandota que no había escogido el vestido más adecuado a sus proporciones.
Haciendo un repaso de abajo arriba:

-Lo que pedía el vestido era ir sin medias con las piernas morenitas 
(natural o maquilladas) ya que hasta las  de liga se marcarían por el fino tejido del que estaba hecho el vestido y se verían por la abertura.
-Lo que pedía la cliente: unas medias reductoras de las de faja que reducen al menos una talla…
-Lo que pedía el vestido: una braguita tipo tanga diminuta de las llamadas de hilo dental, y en forma de "Y" por detrás muy baja de cadera quedarían invisibles.

-Lo que quería la cliente: una faja reductora que le metiera el estómago y el vientre.
-Lo que pedía el vestido: no usar sujetador (bueno, casi el vestido pedía ir desnuda y estaba pensado para enseñarlo todo) muy tipo Alfombra roja de Hollywood.
Lo que pedía la cliente: un sujetador sin tirantes con escote de pico por delante y la espalda totalmente descubierta de talla “100 a”, la mujer tenía bastante pecho, aunque no excesivo para su tamaño, pero lo que tenía era el perímetro torácico muy ancho. 
Cuando le pregunté que cómo podría mantener en su sitio un sujetador sin tirantes y sin espalda...
-“y que realce el pecho…”
-Eso…



La clienta me contestó  que en la tienda donde "le vendieron" el vestido, le habían hablado de unos sujetadores “especiales” para vestidos con escote de espalda que en lugar de espaldilla tenían unos tirantes larguísimos que se cruzaban en la parte baja de la espalda y luego se abrochaban por delante por debajo del ombligo
Sólo había un par de inconvenientes que la lógica de cualquiera ya habrá advertido: por bajo que pongamos los tirantes cruzados siempre se verían con semejante vestido y si un diminuto hilo dental de una mini tanga podría notarse en un modelo así, imaginemos cómo resultaría un elástico de poco más de un centímetro  estirado y apretando las carnes de semejante moza.
Luego además tendría que ser un sujetador escotadísimo para que no se viera por delante y el tercer detalle sin importancia es que para que no llevara tirantes le tendríamos que sujetar las copas con chinchetas o con grapas.
 La esperanza es lo último que se pierde y la cliente se probó de todo:  desde las copas de silicona que se adhieren a la piel y que por supuesto no relazan nada, hasta un sujetador especial ingenio del diseño, que es un corpiño con la espalda descubierta  que se mantiene por unas varillas en los costados pero se veía por el escote y la falda empezaba más abajo de donde llegaba la cinturilla del corpiño, además por delante se notaba y arruinaba el efecto movimiento de la tela del vestido.

La cliente empezó a pensar en arreglos como subir la cintura de la falda, cambiar los tirantes del vestido por otros de terciopelo más gruesos… coserle el escote para que no bajara tanto… Total que para poder ponerse sujetador (algo que era necesario) y las medias reductoras a las que por nada en el mundo quería renunciar, acabaría llevando un vestido muy diferente al que se había comprado y probablemente gastándose más en arreglos que lo que le hubiera costado comprarse un vestido con arreglo a su constitución.
Hemos solucionado muchos temas  de lorcitas indiscretas, problemas de  transparencias o de  escotes de vertigo o de pinzas que había que rellenar en vestidos espectaculares.



 Pero hay que elegir los vestidos con un poco de cordura y desde luego que hay que tener cuidado con los espejos “trucados” de según qué grandes cadenas y con la charlatanería de dependientas entrenadas para ser ilusionistas que sin ninguna reserva son capaces de vender cualquier cosa inadecuada con la promesa de que en las tiendas de corsetería existen las prendas milagro, olvidándose muchas veces que la clienta no es una estatua impertérrita, que no se va a mover, a comer y hasta dejará de respirar mientras tratan de lucir el modelo con el que siempre habían soñado y que puede convertirse en la peor de sus pesadillas.