El siempre enigmático probador de señoras

El probador siempre es un misterio, es esa caja mágica de la que dependen muchas de las ventas y donde se frustran muchas otras. 
Cuando la cliente desaparece tras las cortinas o la puerta nunca sabes cómo reaparecerá, y cuando lo hace, a veces es tan difícil  descifrar la cara de la persona que sale cargada de prendas que ni todo e equipo de protagonistas de la serie “Miente me”, sería capaz de adivinar  si comprará algo de lo mucho que se ha probado. Es un misterio.
A veces una cliente, entra en el probador y sale al momento, tan rápido que crees que no ha tenido tiempo de desnudarse y probarse las prendas que le has proporcionado y resulta que de cuatro sujetadores que se ha probado se lleva tres - ni que fueran discípulas del Gran Houdini-. O al revés: una cliente que para probarse dos bikinis y un vestido de playa es capaz de estar tres cuartos de hora tras las cortinas sin emitir ruido alguno, sin decir palabra, desestimando tu ayuda o consejo (que le brindas a veces sólo para saber que sigue viva detrás de la puerta o que no se ha evaporado) y al final después de tanto enigmático rato no se decide por ninguno…  que en su derecho están ¡claro que sí!

Es este un juego en el que nunca se puede acertar. Cuantas veces he estado segura de proporcionar exactamente la prenda que andaba buscando mi potencial cliente y por modelo y talla saber –o al menos creer a pies juntillas-  que le iba a estar perfecta, de hecho comprobar que le sienta como un guante y cuando sale del probador ya vestida me deja la prenda en el mostrador con un “me lo pensaré… “en el mejor de los casos. Otras veces me he visto persuadiendo a alguna cliente empeñada en probarse  dos o tres tallas menos de alguna prenda y en más de una ocasión he tenido que ceder ante la que se empeña en probarse un bañador o un body-faja “sveltesse” dos tallas más pequeñas y cuando  lo único que me queda por hacer sin ofenderla sería arrancársela de las manos y ponerla a salvo -a la faja-, y al no poder disuadirla, he esperado con los dedos de pies y manos cruzados rogando al dios de las hilaturas que la señora no reventara las costuras o dejara clavadas las marcas de sus uñas intentando subírsela por las caderas y al rato salir la clienta del probador con sonrisa triunfal con un:

-Perfecta, me queda perfecta, ni hecha a medida…me la llevo!

Que suena más a un “pero tú que te creías arpía, que no sería capaz de embutírmela?”
Y dos clientas más tarde una Pitita rayando la anorexia ser incapaz de colocarse el mismo modelo y talla de faja. Misterios sin resolver.

Este verano hubo uno difícil de olvidar. Que aún me duele. Me dejó tan desconcertada que conté tres veces las perchas y los bikinis y hasta verifiqué en el ordenador que no faltaba ninguna prenda.
La potencial cliente era una mujer de lo más normal, con una talla 42 y un cuerpo bien formado. Teníamos casi recién recibida la colección y venía a por bikinis.  Se probó todos y digo todos porque no le faltó ningún modelo: con aro, sin aro, de triangulo, con tirantes, palabra de honor, bandó… y cuando parecía haber encontrado los que les gustaban más, aún se probó diferentes modelos, alturas y anchuras de braguita y también diferentes colores. No dejó sin probarse ninguno. Todos o casi todos le quedaban bien y en su trato no parecía ser especialmente quisquillosa.
Tras más de una hora atendiéndola estaba segura de que se quedaría con alguno de ellos. La dejé vistiéndose y mientras me puse a recolocar en sus perchas todos cuantos bikinis se había probado, totalmente convencida de que entre los cuatro finalistas uno -si no dos –, se llevaría. Error.
Salió del probador dejando las prendas que le quedaron para decidirse dentro y sin más se despidió y desapareció por la puerta para no volver nunca más.
Me quedé completamente desconcertada y mi primer impulso fue el contar las prendas y comprobar que no faltara ninguna de tantas como se había probado, incluso me tomé la molestia de cotejar las prendas vendidas y las que quedaban por si alguna de ellas se hubiera marchado con ella.
Entonces no entendí lo que había pasado, porque si aún me hubiera dicho algo… no sé …un “me lo pensaré” –como tuve algún caso parecido en esta misma temporada-,  o un “no me convence ninguno” (¿¡ninguno!?) cualquier frase que me diera una pista de qué había sucedido, qué había fallado si como parecía, la venta iba tan bien…

Estoy hablando desde la perspectiva de alguien que ha vendido más de 10.000 prendas de baño  y muchos más miles de sujetadores y bragas a lo largo de mi carrera… y esta mujer consiguió descolocarme por completo. 
Ahora pienso que tal vez quería estar bien segura del modelo color y talla de bikini que le sentaba mejor para comprarlo por internet, es más que posible. 
He leído en un artículo que ya hay comercios que  cobran por mirar (esta practica ya tiene hasta nombre en el mundo anglosajón: showrooming) y hasta por probarse. Al parecer una zapatería de Estados Unidos ya cobra 20 dolares por probarse sus zapatos porque están hasta el copetín de que  las señoras entren se prueben los zapatos, elijan el número, saquen su teléfono y se lo compren en "Amazon".Empieza a ser una práctica común. Otra más.  
Que no se le pueden poner puertas al campo...ya se sabe, pero en esos sitios ya están cobrando las entradas.