Clientes sorprendentes.2 .

"Masculino singular"
En una capital de provincia de hace 25 años no existían las tiendas tipo sexshop, ni había nada parecido a una impersonal gran superficie donde poder comprar sin ser atendido, todo lo más un par de pequeñas pero coquetas galerías comerciales  y donde se podían adquirir prendas cargadas de sensualidad era sin dudarlo en una corsetería. 



Sujetadores, corsés, ligas y ligueros, picardías, tangas y braguitas se adquirían mediante el cara a cara en las tiendas especializadas dedicadas a ello que, normalmente eran regentadas por experimentadas personas mayores o estaban demasiado céntricas para que los clientes más singulares pasaran desapercibidos. Mi negocio está muy céntrico pero no en las calles principales, por lo que es sin duda una ubicación más que apropiada para que, quienes busquen una cierta discreción a la hora de adquirir alguna prenda, escojan a mi tienda para comprarla.
Hombres vergonzosos, indiscretos, crápulas, calaveras …. fueron durante muchos años algunos de nuestros clientes “singulares” y por supuesto no me refiero a hombres enamorados con ganas de sorprender a sus parejas que adquirían -y siguen haciéndolo-, prendas maravillosas con las que obsequiar y obsequiarse, entendiendo la ropa interior como una maravillosa arma de seducción.

Me refiero a seres más o menos “rústicos”, groseros y picantes -hoy calificados como frikies- que movidos por la excitación, confundían sensualidad por sexualidad y erotismo por pornografía.

Tenemos desde hace muchísimos años un cliente, casado, vecino de una calle cercana a donde se ubica mi negocio que gusta de la compañía femenina extramarital, muchas veces de pago, la frecuencia con que este señor acude a las caricias remuneradas ha sido y es todavía muy alta ¿Qué cómo lo sé? Porque regala ropa interior como “anzuelo” o “propina” y envía a sus -según el caso- pretendidas o poseídas para que elijan su “regalo”.

La primera vez que vino a la tienda no se me olvidará nunca, me preguntó si tenía “bragas de las que se comen”…

No recuerdo cual fue mi reacción pero debió de ser acertada, ya que sigue siendo uno de mis clientes más fieles (curioso) con una relación cliente–vendedora impecable y siempre conmigo ha sido y es absolutamente correcto.
Aquel día, el de la primera visita de este particular cliente creía que ya había tenido mi ración de excéntricos, pero no, que va...para nada.

Recuerdo que aquella tarde no tenía yo el ánimo muy alegre porque se acercaba el pago trimestral del préstamo que había pedido para montar mi negocio, un millón de las antiguas pesetas al 20 % de interés que estaba el dinero por aquellos entonces! las cuentas no cuadraban y como era fin de mes apenas  entraban clientes y los que entraban eran para contribuir a deprimirme aún más, ya que era para pedirme cosas como cremalleras (es muy común aún hoy en día el confundir la lencería por la mercería) hilos, tiras bordadas... bragas de las que se comen…

Casi a última hora, llegó un cliente… con un claro acento alemán pero en perfecto español me pidió que le enseñara los camisones de "lencería fina" que teníamos, después de de ver los que tenía de estilo más ingenuo, me preguntó si tenía algún picardias...
Sólo me permitió enseñarle dos de los más sugerentes uno de color púrpura de gasa plisada totalmente trasparente de tirantitos muy finos y con un amplio escote adornado con un par de lazos de raso a tono y otro muy cortito rojo bermellón de encaje con sujetador  incorporado.
Le encantaron los dos y tras observarlos detenidamente…me preguntó por el probador.
Aquel hombre era el doble exacto del gordito de los Les Luthiers, barba y pelo rizado incluido, se parecía tanto, que incluso hubo un primer momento al entrar que hubiera jurado que lo conocía y era por ese parecido tan grande. De hecho el acento alemán  le otorgaba un puntillo cómico que en ese momento me hizo pensar si aquello no sería una broma de cámara oculta…
No reaccioné, le indiqué con la mano la puerta y allí se metió con el camisón púrpura.
Me quedé pasmada, extática, sin saber qué hacer, con aquel tipo en el probador y sin apenas dar crédito a lo que estaba pasando.
Se abrió la puerta y salió este señor con el camisón puesto (y los pantalones, menos mal) a mirarse en el espejo de la columna de afuera porque el probador le resultaba pequeño y no se veía bien.
Se comportó como cualquiera que se compra algo por capricho. Se miraba por delante y por detrás, juntaba sus pectorales como para sacar canalilla por el escote, movía el vuelo del camisón y se le veía complacido...todo con tal naturalidad que aún resultaba mas extraño...Y yo no sabía como reaccionar. Lo hacía en serio? ¿Era una broma? Me estaba tomando el pelo? ¿Podía estar pasando esa escena de verdad?¿Y si en ese momento entraba una cliente...? 
Dijo "bien" y se volvió a meter en el probador. Unos minutos después salió, me dio las gracias –y el camisón-y se fue. Nunca lo volví a ver.


Aquel día me fui a casa con la sensación de que los hombres estaban todos locos, de que mi negocio era mal interpretado ( o estaba mal enfocado) y aunque no creo en ello estaba completamente segura de que los astros tenían que estar en alguna conjunción extraña.