Vengo conduciendo, observando las marquesinas de publicidad que jalonan
todo el camino desde que entro en la ciudad hasta la tienda. Todas están ocupadas por anuncios publicitarios de distintas marcas y
distintos productos. Dejando aparte el horror explícito de los carteles de
concienciación de una ONG, y la cara
espantosa de Nosferatu que anuncia la próxima visita del "circo de los horrores-manicomio" a nuestra ciudad (y que cada vez que lo veo pienso que me parece una tontería pagar una
entrada para ver horrores que puedes ver cualquier sábado en los pasillos de
Carrefur )
Pues por si fuera poco hay otro cartel de unas tiendas
locales con la foto de un adolescente de pelo en punta que a mi me pone también
los míos a la par, de tan poco agraciado que resulta el pobre chico, no soy la única que se pregunta sobre quién será su padrino o de quien será sobrino…
Luego está H&M y su campaña de otoño que no se queda atrás en fealdad y en un kiosko enorme aparece una chica con cara de zombi (hasta las uñas las lleva pintadas de verde oliva) enfundada en un poco favorecedor conjunto de lycra rosa carne y al
torcer la calle ya cerca de mi negocio me sonríe una cara que me invita a
contagiarme del virus de la salud. Preciosa campaña, pero parece que los
publicistas han querido buscar todos a gente del montón…si, pero del montón de abajo!... muy
abajo!.
Ya no nos hacen soñar, ya el glamour no vende, la
globalización es estandarización…
La verdad es que miras en la calle y pocas son las caras
bonitas que te sonríen, me miro en el espejo y pese a que tengo cara de salud,
no es de las de hacer soñar a nadie (pero tampoco produzco pesadillas ¿eh? y encima pasado el verano también me siento “globalizada”)
Con estos pensamientos he empezado yo el día, de acuerdo que
no son los más propicios para tener un día maravilloso, pero no creo que mis
pensamientos hayan tenido nada que ver con la higiene personal de mi primer
cliente.
Hombre, con hiperhidrosis, cincuenta y muchos y muchos kilos también, por eso me imagino
se ha apuntado al gimnasio desde donde venía derechito y sin pasar ni tan
siquiera por la ducha, en chándal sudado ( probablemente de muchos días) ha
entrado para pedirme que le vendiera una cinta o cordón para que no se le
perdiera la llave de la taquilla del gimnasio.
No soy mercería, no tengo nada
parecido por lo que el hombre se ha marchado por donde ha venido rápidamente,
pero ha dejado una estela de esencia reconcentrada a sudor rancio, que me he
visto negra para eliminar.
Me ha ayudado una vecina peluquera algo hippy que ha venido a invitarme a un café y percatándose del rastro fétido que había dejado el hombre-acababa de marcharse-, me ha traído
una varita de incienso que ella suele usar cuando hay levante y el wc de su negocio huele regular.
La mañana ha trascurrido más o menos bien, con alusiones al “olor
a quemado” de alguna cliente, pero nada significativo.
A media mañana estaba yo colocando artículos cuando oigo a
una señora que hacía rato hablaba con alguien decir que mientras ese “alguien”
iba a la farmacia ella entraría a la tienda para mirar…
Era una señora no tan mayor y no tan señora que me ha preguntado
por dos o tres cosas de las que le estaba informando de buen grado cuando de
pronto me dice:
-¿Tienes ambientador?
Yo pensando que la señora se había percatado de alguna nota residual del aroma
del cliente deportista voy y le digo que si, pero que llevaba gastado casi el bote
esa mañana…
Y me suelta con toda la naturalidad del que está en el baño
de su casa:
-“Pues echa un poco que tengo mal la barriga”…
Yo aparte del olor, noto que primero se me va la sangre a los tobillos y
luego me enciendo como una candelita de pura vergüenza ajena que me da. Entre el cambio de color aparece otra mujer en la puerta y la llama y
esta sin decir más que “-Ya vendré”, me deja con aquello que era exacto a las consecuencias
de una bomba fétida de las bromas de cuando niños. Y así con el estómago
revuelto he acabado con el bote de Ambipur que precisamente había comprado el sábado en Carrefur.
Ya no he dado pié con bola en lo que quedaba de mañana yo
creo que atontada e intoxicada por efluvios y emisiones humanas, por el incienso y el ambientador.
A la una y veinte minutos como es su costumbre ha
llegado una clienta, una de mis Pititas más recalcitrantes, jubilada (lo digo porque siempre viene a ultima hora) madre de otras dos Pititas y
suegra de otra de mis Pitirritantes, acompañada de lo que parecía ser un mozo,
que venía cargado con dos macetones hermosísimos y la señora me pide si por favor le puedo
guardar las plantas que había comprado a un vendedor callejero ya que
estábamos a punto de cerrar y a ella le venía muy mal acercarlas a su casa (dos esquinas mas arriba) porque iba
a comer con uno de sus hijos (probablemente el marido de su nuera Pitirritante)
¿Cómo negarse? Le he puesto un poco de cara de sorpresa, eso si ya que mi tienda es pequeña: apenas
19 metros cuadrados con columna en medio, un cuarto de baño y un par de probadores, percheros y el mostrador y con sus plantas ahora parecía
la selva amazónica…
Cuando le he pedido que por favor procurara estar a las cinco en
punto para recoger las plantas, la señora un poco contrariada -y como si el favor
me lo estuviera haciendo ella a mi al
dejarme ese par de macizos-, me ha asegurado que a ella le vendría mejor que abriera a las cuatro menos cuarto porque si no a las cinco a ella “le iba a resultar muy justo…”
He tenido que andar dándole explicaciones sobre donde vivo y lo lejos que me encuentro para ir y venir con el tiempo justo para la comida y aún así ha
seguido insistiendo en que procurara estar un poquito antes que ella me iba a
esperar en la puerta.
Cuando ya había cerrado y justo al volverme me encuentro con
el mozo con otras dos macetas de ibiscus anaranjados y me ha dicho que la
Señora Daisy había dicho que las guardara junto a las otras.
Ni a sentarme me ha dado tiempo, porque me ha dado por
pensar que si las macetas venían regadas lo mismo me estropeaban el parquet así
que a las cinco menos diez estaba yo abriendo la
tienda y poniendo unos plásticos bajo los tiestos.
Veinte minutos más tarde ha venido la señora acompañada de
otra mujer y cada una ha cargado con dos de las cuatro macetas dejándome un
reguero de hojas que por supuesto he tenido que barrer yo…Y lo peor de todo es que
me ha dado la sensación de que por alguna razón que no llego a comprender la molesta era ella!