Se equivocó la paloma

La primera vez que vi a esta muchacha iba dos puestos por delante de mí en la cola del banco, la observaba sentada en la mesa de la interventora y aunque era evidente que no era de “aquí” de esta ciudad en la que nos conocemos todos y todos tenemos ya una pátina que nos iguala. Lo que me costó más fue apreciar que tampoco era española, pese a su pelo rubio, pese a su piel blanquita. Era una chica discretamente mona, bien vestida y de ademanes muy naturales, para nada sobreactuada y su seguridad al moverse, su desenvoltura propia de la edad atraía las miradas.
El que iba delante de mí en la fila se aburrió y se marchó dejándome el sitio y cuando esta chica acabó ocupé yo su lugar en la silla que ocupaba Mariló, la interventora. Nos tratamos hace muchísimos años y con ella los problemas dejan de serlo. Un encanto de mujer.
-¿Has visto?
-A que te refieres -le digo prudentemente.
-Esta gente joven que viene empujando.Esa chica es Suiza, habla nosecuantos idiomas y  el español casi sin acento y lleva relativamente poco tiempo aquí.
-No la había visto antes.
-Ya te digo, me da una envidia…yo que siempre he sido una negada para el inglés, llevo toda la vida estudiándolo para nada…
-Yo lo estudio y lo repaso y lo poco que sé se me olvida o luego me da vergüenza cuando tengo que hablarlo.
-Yo he dejado de ir a los cursos porque no avanzo, no paso del “Jelo, jaguar yu”.
Después de la risa y solucionar un sempiterno problema de cobro de comisiones . Abrí mi negocio y al poco rato entró la primera clienta…precisamente la chica suiza, la del banco.
En un correctísimo castellano me pidió un sujetador negro de la talla 36C (usó el tallaje sajón, reconvertido al que solemos usar aquí, una 95C).
Se probó varios y luego de encontrar el que le gustaba me dijo que prefería que se lo sacara en un color carne clarito, porque tenía problemas con el negro que le gustaba mas que ningún otro color, pero  –Y me enseñó cómo le quedaba con la blusa blanca puesta- se le trasparentaba…¡la falda!.
Vale, se equivocó la paloma y creyó que su falda era su blusa y sin, por supuesto menoscabo de esta chica que tan bien hablaba nuestro idioma, y minimizando un fallo tan insignificante, no pude por menos que acordarme de aquel chiste en el que un alemán había venido a España a aprender nuestro idioma con un método nuevo basado en aprenderse mil palabras. El hombre quedó encantado ya que como el mismo explicaba había conseguido aprender rápidamente y sin esfuerzo las mil palabras…
-¡Y las tengo todas, todas metidas aquí (señalándose la frente) en el culo!