Dos tipos de cuidado

De un tiempo a esta parte las tardes están casi desiertas  y apenas hay movimiento de público o personas en la calle hasta casi las siete.

Un poco antes ha entrado un tipo con pinta de extranjero, un “moderno” al que no le faltaba detalle, pantalón negro pirata, camiseta también negra con leyenda en letras góticas a juego con las de los tatuajes de sus brazos , piernas y cuello, del que, como si fuera un collar, pendía un rosario de esos fluorescentes que se iluminan a oscuras (ahora tan de moda entre los futbolistas) cabeza rapada y pendiente también negro de los que te dejan ver el paisaje a través del agujero. 
Hablaba con acento …un acento que hace años una podía pensar que se trataba de un turista italiano, hoy ya sabemos distinguir aún mejor el rumano…

-Señora, por favor, quiero algo así para mi mujer.-Dijo con acento cantarín señalando el primer bikini de una larga fila.

Salgo del mostrador y me voy hacia él, el tipo no me gusta pero tengo  que analizarlo mejor. Horteras hay muchos - en verano y en sitio de costa aún más- y puedo estar equivocándome.

-Dígame, ¿qué talla necesita?

-Graaande –y con las manos parece indicarme que su mujer tiene bastante pecho.

De la película "Perros callejeros"
En ese momento entra otro individuo de alto-o mejor dicho de bajo-, como el rumano que tengo al lado, y ya no me cabe ninguna duda, estos tipos no vienen con sanas intenciones.
Este segundo tiene un pelaje ex-carcelario que pese a su estatura impone:
El que acaba de entrar tiene el pelo negro de rasgos raciales pero autóctono, hablando muy “rajao” intenta pasar y le corto el paso (aún me tiemblan las rodillas).

Mi hija pre-adolescente estaba sentada detrás del mostrador estudiando para un examen, pese a que es grandota la tapa un porta-rollos doble de papel para regalo…por el rabillo del ojo la veo asomar la cabeza.

El rumano ni se ha movido, y a este recién llegado se que no lo puedo dejar pasar. Si entra hacia el fondo estamos perdidas...

-Dígame qué quiere- le digo, (¡cómo si no lo supiera...!)

-Yo vengo con mi colega (le da dos palmadas en la espalda) y queremos un regalo.

-No, lo siento pero …no... tengo nada.


La cabeza me va a mil por hora, en todos estos años he aprendido que no se puede mostrar miedo, casi no da tiempo a sentirlo aunque es el miedo el que me carga de adrenalina y me ayuda a hacerles frente. 

-Pero que pasaaaa....que queremos ver las  cosas!!!!!

Se me encara mirando  a ver  de qué puede tirar o donde está la caja…no lo se…
El otro sigue como si nada, con su acento diciéndome…

-Algo así, señora, pero grande…-me dice el rumano para distraerme.

-No tengo nada...-Le digo plantada delante del otro e intentando no mirarle de frente.

Y aún le corto más el paso al quinqui que huele muy fuerte a alcohol. 
El hace como para entrar más , pasando de mi, y entonces no se me ocurre otra cosa que decirle a mi hija:

-¡ Levántate…!

No se si al ver el bulto que se ha levantado el ruido de correr mesa y silla o por  la determinación con la que he dado la orden, pero el de raza gitana, cabreado ha farfullado  dos o tres frases con vocablos soeces mientras salía.

El rumano seguía tranquilo, sonreía y sin decir palabra también se ha ido. Su tranquilidad aún me ha dado más miedo.

Me he quedado temblando y pensando en si compensa el plus de peligrosidad que conlleva el tener un negocio y en las reacciones tan raras que tienes en los momentos de peligro (¿Qué esperaba yo al decirle a mi hija que se levantara, que la igualdad en numero les desanimara?) 

Inmediatamente he llamado a una compañera que tiene una tienda cerca para avisarla y que ella alerte a las demás. Casi todas las tiendas del barrio somos mujeres las que "las defendemos".


Y ya no he estado tranquila en toda la tarde....y me durará...hasta que se me pase.(¡Qué remedio!)