Lo fiado, ni agradecido, ni pagado


Hoy me he cruzado con una señora que vive en el barrio, muy cerca de la tienda,  casi al lado y sin embargo curiosamente hacía muchísimo que no nos cruzábamos. Me ha saludado, no sé si por equivocación, pero –para gran sorpresa mía-, parece que de nuevo me habla, al menos me saluda.
Creo que en todos los años que llevo vendiendo jamás nadie ha dejado de hablarme o de saludarme, si quitamos algún caso recalcitrante de amigas de lo ajeno pilladas infraganti, pero no fue este el caso…

Doña Práxedes es una mujer de pueblo, de esos pueblos de la España profunda que dejan a perpetuidad y por generaciones a la gente con un pátina difícil de borrar, algo que hace que cuando les ves, aunque no les conoces, ni sabes de donde son, tu sólo sabes una cosa : que son de pueblo.




A doña Praxedes la dejaron en “la capital” sola con tres chiquillos y a los tres los quiso sacar para adelante, tres chiquillos que se modernizaron o quisieron modernizarse o al menos lo intentaron pero cuya procedencia sigue siendo manifiestamente de pueblo.
Que conste que nada tengo yo contra los pueblos ni mucho menos contra la gente que procede de ellos, ni grandes ni pequeños y que soy consciente que no a todo el mundo que nace en un pueblo o sus ancestros proceden de un pueblo están “tocados” con ese lustre que algunos dan por llamar “cateto”.
Pero esta familia si.

Doña Práxedes tiene dos hijas y un hijo , los mayores se fueron pronto  de casa y a la otra, a la más pequeña, -la que se quedó-, desde muy pronto Doña Práxedes empezó a prepararle el ajuar.
Según ella misma me contara las toallas eran de algodón de Portugal y las  sábanas -de fino raso- se las estaba bordando una tía y de la ropa interior se iba a encargar ella poquito a poco y por eso de vez en cuando venía doña Práxedes a por una braguita mona, un sujetador, un camisoncito…
Se acercaba a ver las novedades y lo mismo se llevaba alguna prenda, que me pedía que le guardara algo para cuando “la paga”.
Así poco a poco y durante bastante tiempo fui tratando a esta mujer y cuando llegó el feliz momento de casar a su Dori,  vino a hablar conmigo:
-Mire para mayo se va a casar mi hija y me gustaría comprarle el equipo de novia.
-¡Anda! ¡Enhorabuena!, ¿Mayo? ¡Qué bonito mes!
Tan contenta estaba la señora que me estampó un par de besos sonoros…
-Pero yo es que pagarlo todo así de golpe, no puedo…

Yo me hacía cargo de que esta señora vivía de forma sencilla y de la enorme ilusión que le producía la boda de su hija.
-No se preocupe. Hacemos una cosa, usted escoge lo que necesite y me lo paga fraccionado…
(Alguna vez alguno de los conjuntos de mayor precio que se había llevado lo había pagado en dos veces, esto es en dos meses correlativos.)
-Entonces ¿podría hacerlo así?Usted sabe que soy persona seria…
-¡Claro, que si! No se preocupe que seguro que su hija va a ser la novia más bonita del mundo!
- No es porque sea mi hija y aunque esté feo decirlo, pero mi Dorotea está muy bien “plantaíca”…-me dijo toda llena de orgullo.

Me compró un par de conjuntos completos –liguero y medias incluidas-, y un camisón y bata de raso en color crema que hubo que mandar a pedir porque la niña en verdad era un buen tallo (será por lo de bien plantada).
Daba gusto ver a Doña Práxedes, -normalmente tan opaca, tan apagada- tan ilusionada.
Se llevó todo el ajuar a un precio más que ventajoso -para ella-  y quedamos en que me lo pagaría poco a poco, a la medida de sus posibilidades. Contagiada por su felicidad le dije lo que fue mi sentencia:
-No se preocupe, como usted considere…
Y ella consideró pagarlo a diez euros mensuales a veces no correlativos.
De forma y manera que su nieto – el que tuvo su Dori- y no  se casó embarazada, ya iba al colegio cuando acabó de pagarme el ajuar…
Pero si la historia acabara ahí…sería una anécdota, cuestión de algo más que paciencia sin más y no el capítulo más decepcionante de los que yo haya podido vivir, laboralmente hablando.
 Resulta que Dorotea vino el verano en que su madre casi estaba a punto de terminar de pagar su ajuar, a mirarse unos bikinis. Jonathan – el niño- se portó de pena durante toda la tarde que fue la que echó su madre para escoger dos bikinis.
A la hora de pagar…

-Mira te pago uno entero y del otro te pago"casi" la mitad. 
Y con voz demasiado alta me dijo como si yo tuviera la culpa de algo
-¡ES QUE NO PENSABA GASTARME TAAAANTOOOO!
-EL MES SIGUIENTE TE LO “TRAIGO” ¿VALE?,
Le dije que no tenía problema en apuntarle los cuarenta euros que le faltaban ( de los sesenta y siete que costaba el bikini) y le pregunté que cuando iba a venir a por él. 
-NO, DÉJAME QUE ME LO LLEVE QUE YO VENGO Y TE PAGO, ¿QUE NO CONOCES A MI MADRE?
(Pues por eso mismo…)
Se llevó el bikini, el segundo bikini, y vino a entregarme veinte euros, dos meses y medio después- agosto de por medio, que parece que en agosto los moroso están exentos de pagar-.
Diez eran de su madre y los otros diez eran a cuenta del bikini que ya se había llevado y que ya había disfrutado.
Como estábamos solas, le dije de forma pausada y bien medidas las palabras, que una cosa era el trato que yo tenía con su madre y otra en lo que habíamos quedado ella y yo…
Cogió de mala manera los dos billetes y se fue  para venir al minuto acompañada de su madre que -tarjeta en mano- se mostraba ofendidísima. Venían a “liquidar la deuda”  que me tenían, en total setenta euros.
Doña Práxedes venía tan ofendida que traté de explicarle de qué se trataba, lo hice de forma calmada recordándole que en ningún momento de los cuatro últimos años, me había quejado de su proceder al pagarme tan poco a poco y que consideraba que también me había portado bien con su hija, la que hacía cuatro años que se había casado (y a la que casi le regalé el ajuar a medias con su madre) y confiando en su palabra -que no cumplió-le había fiado un bikini.
Me dijeron que estaba muy equivocada con ellas, qué que me había creído y que con su dinero ellas irían a donde les diera la gana pero por supuesto que a mi tienda no, ¡nunca más!
Por supuesto… que pasé la tarjeta y les cobré. 
Desde entonces y durante años cada vez que nos hemos cruzado por la calle o en algún comercio me han vuelto la cara muy ofendidas, hasta que dejamos de cruzarnos o de vernos…no lo sé. Hoy tal vez por un error Doña Práxedes me ha saludado.
 Yo le he devuelto el saludo.